Creación de realidades
Créditos de la imagen: Alejandro Burdisio
Desarrollé mi primer
universo a los doce años. Se llamaba Neoliheim, y surgió como resultado de una
obsesión por la mitología nórdica y por la saga El Señor de los Anillos —las películas; los libros los leí mucho
después—. No sólo creé las diversas razas animales, vegetales, humanoides y
divinas, sino también los idiomas, alfabetos y la historia de esa tierra desde
su origen. Había creado mi propia mitología. Nunca empecé a trabajar en la
historia del protagonista, en ese entonces no escribía con asiduidad, y ni se
me cruzaba por la mente el llegar a dedicarme a la escritura. Ahora, Neoliheim
y sus habitantes e historias reposan en algún cuaderno.
Mi siguiente recuerdo
de universo complejo fue Crónicas de
Iscariot, un proyecto inconcluso de comic que elaboré en conjunto con el
dibujante Hugo Salvatierra. En ese planeta convivían todas las épocas de la
historia de la humanidad combinadas, por lo que no era extraño ver pueblos
originarios con tecnología futurista, o parlamentos romanos usando televisión
de los años cincuenta. Era un proyecto con mucho potencial, pero no cierro
ninguna puerta.
Si bien más adelante
comencé a tomarme más en serio este arte, no volví a crear un universo con tal
complejidad. Hasta Stoupakis. «Agente Stoupakis» necesitaba de esa elaboración.
Se me ocurren ejemplos
de lo más diversos en cuanto a universos coherentes: Harry Potter, Canción de
Hielo y Fuego, los libros de la Tierra Media, los libros de Mundodisco, La Historia Interminable, las dos sagas de Avatar (Aang y Korra), Los Simpsons, Æon Flux, BoJack Horseman,
Dragon Ball, Fullmetal Alchemist, las ilustraciones de Chiara Bautista, etcétera.
Y esto no es nuevo. Puede verse en cualquier mitología. Esto es seguir con la
tradición de no sólo contar una historia, sino enmarcarla en una macrohistoria,
que a su vez cuente microhistorias, hasta volverse una realidad compleja, orgánica,
con su propio verosímil, rica e inmersiva.
El universo de
Stoupakis lo construí en partes. La primera, rudimentaria y tosca, la fui descubriendo
con el cuento. Luego, hice una historia cronológica de Argentina —y hasta un
poco del resto del mundo— desde 2015 hasta 2035. Un año después, tras terminar
la fallida primera versión, ajusté algunos tornillos de lo ya escrito y agregué
nuevos elementos que no había tomado en cuenta —economía, religión, oficios,
alimentación, tasas de criminalidad, drogas, etcétera—. Recién entonces llegué
a lo que sería la versión definitiva de ese universo.
Fue divertidísimo. Cuando
era niño armaba rompecabezas, estructuras con bloques de madera, máquinas con
Mecano, los juguetes del Kinder. No dejé esa pasión de unir partes de algo,
como Doctor Manhattan, hasta llegar a estructuras de las que me sintiera
orgulloso. Stoupakis es la
culminación de todo eso.
Comments
Post a Comment